Hace un par de días una persona con la que había tenido una larga conversación, me reprochaba el uso de ciertas palabras malsonantes en mi modo de expresarme; concretamente el abuso de la palabra "cojones", pues en la mencionada conversación la menté unas cuantas veces. Dichos reproches me recordaron cierto panfleto que leí hace tiempo y que Arturo Pérez Reverte utilizó sabiamente para una situación parecida. El título del escrito en cuestión era
Riqueza del castellano, y en él se enumeraban de manera exhaustiva las diversas acepciones que en nuestra lengua tienen los atributos masculinos y que paso a relatar para sabiendas de mi contertulio.
Así, según afirma el mencionado folleto, el sentido de
cojones varía según el numeral que lo acompaña: la unidad significa algo caro o costoso (
eso vale un cojón), dos pueden sugerir arrojo o valentía (
con dos cojones), tres significar desprecio (
me importa tres cojones), y un número elevado suele apuntar dificultad extrema (
me costó veinte pares de cojones). El verbo también puede variar mágicamente su significado:
tener puede referirise a valentía (
tiene un par de cojones), pero también censura, admiración o sorpresa (
¡tiene cojones!) o perplejidad (
¡manda cojones!); acompañado de
poner puede significar reto o aplomo (
puso los cojones encima de la mesa), y el verbo
tocar implica molestia, hastío o indiferencia (
me toca los cojones), vagancia (
se toca los cojones) e incluso desafío (
anda y tócame los cojones).
El término es también acepción de lentitud (
viene arrastrando los cojones), y en cuanto a amenaza su uso es frecuente (
te voy a volar los cojones) e incluso se recurre a ello para describir agresión física (
fue y le pateó los cojones). Los prefijos y sufijos también son importantes de cojones: por ejemplo,
a- sigifica miedo (
acojonado),
des- implica regocijo (
descojonarse), y
-udo implica calidad o perfección (
cojonudo). Las preposiciones matizan lo suyo por supuesto:
de alude a éxito (
nos fue de cojones) o intensidad (
hace un frío de cojones),
hasta define ciertos límites (
hasta los cojones) y
por alude a intransigencia (
por mis cojones). También se recurre a ellos como lugar de origen para definir cierto tipo de actitudes intrínsecamente españolas y como origen de voluntad inapelable (
porque me sale de los cojones). En cuanto al color, la textura o el tamaño, podemos afirmar que un color violeta define bajas temperaturas (
se me quedaron los cojones morados de frío), la posición y el tamaño pueden indicar pachorra o tranquilidad (
se pisa los cojones) o coherencia (
lleva los cojones en su sitio); sin que falten referencias históricas (
tiene los cojones como el caballo de Espartero).
Así es pues como debería haber respondido a aquella reprimenda, pues a ver cuándo Shakespeare, o Joyce, o la madre que los parió, en esa jerga onomatopéyica y septentrional, que usaban los pastores para llamar a las ovejas, y los piratas para repartirse el botín contando con los dedos, fueron capaces de utilizar, con todo su Oxford y su Cambridge, la palabra equivalente con tanta variedad y tanta riqueza como la usa hasta el más analfabeto de nuestros paisanos. Tres mil años de griego, latín, árabe y castellano respaldan el asunto, lo que, a mi parecer, es un respaldo lingüístico de cojones.